María (Callas) tendida al sol

13 de agosto de 2012

by MARTHA ZEIN

Abro los ojos. Una gaviota vuela sobre mi cabeza haciendo giros en un cielo que comienza a ser azul. Sonrío. Aún no ha despertado mi mente devoradora. Musito “Recuerda” y vuelvo a cerrar los ojos. El Bora ha hecho de nuestra noche un duermevela dulce y al mismo tiempo poco reparador. Repito “Recuerda…” como una buena noticia y la murmullo entre los peces y los dragones mientras guardo la imagen como una pequeña flor. Recuerda que todo esto comenzó cuando pedimos algo usado, lo recuperamos y lo acunamos, hasta que se convirtió en el soporte de una minúscula aventura reparadora. Recuerda que por eso este viaje es capaz de unir aquella mirada de la infancia que por vez primera observó una gaviota trazando círculos en el cielo y ésta. Entre una y otra sobran tantas victorias, tantas derrotas…

El monasterio de Otok Badija, un islote frente a la ciudad de Korcula en el que hemos dormido.

Sí, este relato tiene forma de tendedero, un puente de hilo del que penden  retazos de intimidad junto a pequeños asuntos verdaderos.

Siempre me ha fascinado la ropa tendida, esas cuerdas que van del balcón propio al del vecino, uniendo bragas, pañuelos, pantalones de pijama… más allá de la voluntad de l@s propietari@s. Quizás ni siquiera ell@s se crucen la palabra, pero sus prendas más íntimas llevan prendido el limpio aroma de otras sábanas. Aquellos tendederos que iban de mi casa a la de enfrente desaparecieron de las fachadas por orden municipal, encerrando el intercambio a los patios secretos de los edificios.

Abro la lavadora donde giran las últimas millas dispuesta a orear imágenes, canciones, trocitos de pensamientos… las enaguas de nuestras conversaciones… y empiezo a colgarlas al sol de este cielo que ya es vaquero roto y que deja entrever la nalga del día. Esta cuerda parte del silencioso faro de Lastovo al que me asomamé con Mamen, Magdalena hace cierto tiempo y se enlaza con ese bullicioso muelle de Korcula frente al que aún no he despertado del todo.

Tomo una de las pinzas de madera que llevo entre los dientes y prendo la primera imagen: aquella familia veraneando en el faro. Llegamos a media tarde y la mesa seguía ofreciendo viandas a varias generaciones de comensales bajo la desapegada mirada del que fue el farero.

¿Por qué nos fascinan los faros?

En Croacia los faros se alquilan. Si este país posee el archipiélago más numeroso del Adriático es fácil imaginar la cantidad de rincones apuntados, desnudos y conectados con el mar en los que habitar de otra manera. Siempre me ha parecido un destino ideal para escribir; en el Mediterráneo a partir de Septiembre, cuando el mar comienza a asalvajarse, dando más sentido a su existencia. La primera vez que entendí hasta qué punto su luz intermitente acompaña (que es algo más que guía) fue precisamente en el Adriático. Sucedió hace dos años, bordeábamos la península del Karakorum (Albania) cuando se desencadenó un Bora feroz por través que parecía lanzarnos contra las rocas y apenas nos dejaba avanzar por una costa sin refugios. En medio de la oscuridad y con el buen ánimo sostenido por l@s siete a golpe de canciones, tenacidad y sonrisas, apareció esa luz que durante horas nos recordó que aquel pequeño infierno tendría un final.

La caminata hasta el faro de Cabo de Struga (Lastovo) fue risueña. De cerca aquella torre construida en 1839 se nos mostró como suelen hacerlo los faros, con una elegancia rotunda. Mientras las risas infantiles animaba una esquina del edificio, no podía perder de vista al anciano y fornido farero, cuyos conocimientos fueron sustituidos por la tecnología. Me pareció como una de esas barcas abandonadas que el tiempo va deshaciendo lentamente, como un empecinado terrón de azúcar al lado del mar.

La barca varada a los pies del faro parece una de esas caracolas en las que escuchas las olas cuando las acercas al oído

Recuerda. Navegar no es sólo manejar los centímetros de las velas que permiten engañar al viento. Navegar no es sólo adelantarse a las nubes, saber leer el color del cielo y la espesura del aire, comprender las inspiraciones y espiraciones del planeta. No consiste sólo en entender el ciclo de las mareas, la ruta de las corrientes, los logaritmos que la naturaleza hace con la quilla, aprender de las seiches, minves y rissagues que alguna vez vimos desde la orilla. Navegar es una forma de estar y de pensar, una forma de acercarte al barco y a la vida, atender esos actos pequeños que hacen posibles los grandes, agrandar el imaginario con asuntos que no son humanos y tampoco lógicos, dejar que nuestros monólogos se llenen de metáforas híbridas.

Bruñidas por el sol y la sal, las calizas pulidas de Lastovo hacen que la costa parezca hecha de mármol

Cuelgo al sol un enorme mantel, aquel que no desplegamos anoche y que es precisamente una de esas mezclas extrañas que convierten un placer sencillo en una categoría estética. Juan y Mamen habían colado en su maleta los ingredientes de un plato emblemático en las travesías compartidas, la fabada, por aquello de que son oriundos de Asturias y porque éste parece un plato imposible para tomar en agosto en un barco.

Por segunda vez en nuestra vida hicimos de la fabada una risueña afrenta a la lógica. El mar quiso que fuera el plato más navegado de los que hemos tenido el honor de cocinar a bordo pues comenzó a las diez de la mañana con una mar tranquila y cuando llevaba dos horas en el fuego el Bora obligó a dejar el infiernillo. Teniendo en cuenta que la receta exige menear la olla al menos cuatro horas para que las fabes se ablanden y chorizos, morcillas, lacón y tocino suelten su gracia, parecía que esta vez el reto culinario estaba condenado a un imperfecto fin. Sin embargo, en el Brancaleón hemos desarrollado un truco a la altura de las circunstancias: envolver la olla en un saco de dormir y ponerla a buen recaudo para evitar que vuelque en los vaivenes. Veinte millas y muchos golpes de viento después, el calor mantenido por el envoltorio había rendido a las legumbres y sus acompañantes de la manera más adecuada para sorpresa de l@s asturian@s de pura cepa presentes en la mesa.

Comensales, se ven cinco de siete.

Las viandas hablan por sí solas

Aquellas fabes fueron sólo una parte de lo sublime. Una vez el plato en la mesa, el móvil de Juan sentó a nuestro lado una voz inesperada, un regalo que traía de la orilla Cantábrica del planeta. María Callas interpretaba el conocido aria en el que Madame Butterfly espera otear en el horizonte las velas blancas de esa nave que devolverá a su lado a su amado teniente. “Un belo di vedremo / levarsi un fil di humo / sull’estremo confin del mare / E por la nave appare / E poi la nave è Bianca / Entra nel porto, romba il suo saluto / Vedo? Venuto!…”

De golpe María, aquella que una vez durmió en este barco, se sentó a la mesa y masticó las alubias más tiernas que jamás he probado en mi vida. Su voz retumbaba en las paredes del monasterio. El cielo era estrellado.

Como si fuera una ristra de calcetines de colores, esta mañana, aún con los ojos cerrados, voy de aquella letra (“estaré escondida, un poco por bromear y un poco por no morir al primer encuentro”) a otra que me brota de forma involuntaria: “Cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar… cambia el sol en su carrera cuando la noche subsiste… cambia el pelaje la fiera… cambia el cabello el anciano y así como todo cambia, que yo cambie no es extraño”. La letra fue escrita por el chileno Julio Numhauser en su exilio en Suecia, su letra retumba en mi cabeza en la voz de Violeta Parra.

El exilio de mis entrañables amig@s chilen@s, que me reveló mi querida Cecilia, aparece en este viaje de manera inesperada. Comprendo que en esto consiste navegar, que los viejos marineros que encontramos al frente de sus konobas (o este farero que también se lanzó al mar) se mueven de otra manera porque en los nudos de sus manos han quedado apresados chispazos de silencios compartidos en medio de la tormenta y gaviotas girando sobre sus cabezas y risas sublimes en torno a una sopa. Sí, en esto consiste navegar. Recuerda.

Querida, recuerda cuando estés en tierra que en esto consiste navegar

Ahora somos Mamen, María (Callas) y yo las que buscamos sombra entre los edificios de Korcula, añadiendo un nuevo brillo a nuestros nudillos de marineras. Juan se pregunta dónde quedan esas calles aireadas de las que hablan los libros de instrucciones de la ciudad; aseguran que el trazado del casco antiguo se asemeja a una espina de pez y que las estrechas callejuelas orientadas al oeste son rectas para dejar paso al aire fresco en verano mientras que las que miran al este se curvan para proteger de los vientos fríos del norte y los lluviosos del sur, durante el invierno. Toni retrasa el encuentro con el bullicio y es el último en abandonar el barco, contagiado por el espíritu de Marco Polo, que cayó preso de los genoveses aquí, en la batalla de Korcula. Ahora que Eugenio y Magdalena sobrevuelan nuestras cabezas, por encima de las gaviotas, sé que “lo que cambió ayer tendrá que cambiar mañana, así como cambio yo en esta tierra lejana”  y que las velas blancas que esperamos ver en el horizonte van con nosotr2s…

Camino con el envés de los ojos cargado de recuerdos híbridos. Están tendidos al sol y huelen de forma embriagadora.

8 respuestas to “María (Callas) tendida al sol”

  1. Uep, navegants!!!
    No vos penseu que per no penjar comentaris vos he deixat de seguir…Ni molt manco! El que passa és que de vàries setmanes ençà tenc l’única neurona del meu cervell ocupada en altres dèries…Ni més ni manco importants, però per ventura sí una mica més urgents: des de Barri TV estam engegant un macro-projecte del que no sé si vos en hauran «arribat campanes». En tot cas comptarem amb voltros. Segur.
    En arribar a Mallorca vos en faré cinc cèntims, ja que ara no vos vull atavalar amb blogs, webs ni res per l’estil…El que heu de fer ara és gaudir de la vostra aventura…, en la que pens a diari amb una mica d’enveja, no sé si de la sana o no…, però enveja sí que ho és…!!!
    Des de «Sa Roqueta» esper amb ganes la vostra tornada. Una abraçada ben forta!!!

  2. …cuanta belleza… cuantos recuerdos, cuantas esperanzas y tanta ilusión!!! El Brancaleon de mi amada Venecia navega entre mis sentimientos removiendolos como una tormenta cada vez que arriba una botella mojada de sal del Adriatico. Navega poderoso y protégelos de tempestades. Acúnalos en tu vientre y …sobretodo, quierelos como los queremos nosotros.
    Estamos aquí, estamos con vosotros.
    Besad Dubrovnik de mi parte!

    Tòfol, el chico de las cerezas

  3. Ay Martha!!! Leo y oigo, huelo, siento, veo gestos. Recuerdo cosas de ahora, de antes..me veo en lo que has escrito y no puedo dejar de llorar. En serio, quiero y no puedo. Donde esta mi lugar?? Aquí o allí??
    Allí o aquí???? Con el viento, con las velas, con la gente, con lo desconocido, con los problemas nuevos de cada dia!!
    Que hago aquí????
    Que lindo María…y esos asturianos con esa fabada..
    Y lo del saco!!! Y cocinar con agua del mar!!
    Y los rincones cristalinos!! Y sus gentes??? Porque leo que no son amables?? No es verdad, al menos asi lo siento.
    Para mi la canción es la de «Casta Diva»..pero que importa cuando estas en el silencio rodeado de belleza!!
    Os quiero!!

  4. Mamen said

    Que buenos recuerdos!, Y que buenas noticias: No sé si tú también lo ves, pero la Martha cocinera está haciendose cada vez más visible, un nuevo lugar donde disfrutar. Abrazos mil desde un Cantábrico al fin con sol.

Replica a Mamen Cancelar la respuesta